Història del comerç | Olga de Sandoval (Antiguitats Olga de Sandoval)

Dicen que el stock de un anticuario son sus equivocaciones y que un anticuario es quien empieza con 1.000€ y una silla y acaba con 1.000 sillas y un euro. Quizá por eso, Olga nunca se queda nada de lo que pasa por la tienda. La historia de este anticuario comienza fuera de Barcelona, en Santes Creus. Fue la madre de Olga quien inició el proyecto y quien, al quedarse viuda decidió continuar el negocio en la ciudad condal, en lo que entonces era considerado como el barrio de los anticuarios –había unos setenta–. Al jubilarse, en los años noventa, Olga tomó las riendas del negocio familiar.

Actualmente, es un anticuario en el que encontramos singulares piezas para todos los públicos, jóvenes y mayores: desde una taza de 20€ hasta una exclusiva pieza del siglo XV. Lo que les gusta es sobre todo estar cercanos con el cliente, tanto con los más jóvenes que se llevan una pequeña pieza como los grandes compradores. Por lo que se refiere a los turistas, no son el público principal, aunque ayudan, pero el cliente principal es eminentemente local.

¿Quién es Jaime Pitarch?

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Jaime Pitarch vive y trabaja en Barcelona. En 1993 recibió una licenciatura en Bellas Artes por el Chelsea College of Art, Londres, y en 1995 obtuvo un Máster por el Royal College of Art de Londres.

«En el sentido más amplio, mi trabajo tiene que ver con la incapacidad del ser humano para identificarse en las estructuras que ha ido creando. El sentimiento de pérdida o de inadecuación frente a estas estructuras (llamémoslas cultura, entorno, pareja, sociedad u otros) mueve al hombre interpretar el mundo e interpretarse a sí mismo de manera constante e intuitiva para intentar insertarse en él, este acto fútil modifica el destino de las personas. como algo de gran belleza.

Jaime Pitarch
Ascensión aerostática sobre fondo infinito
2023
Instalación dinámica en torno a una estatua incompleta de San Pedro. Globo, helio y fondo infinito.

Petrus ludens:  Ascensión aerostática sobre fondo infinito

Desde el primer momento en que visité el recinto para este proyecto, la figura de este santo captó mi atención.  De todo el contexto que supone una tienda de antigüedades, donde la vista recorre diferentes objetos, muebles , dibujos o pinturas, muchos de los cuales requieren una mirada pausada, mi consideración hacia esta talla se daba, no por tener una factura superior a otras obras, sino porqué su forma y su gesto incompletos lo hacían parecer extraviado  en medio de toda esta exhuberancia material.

Cuando al preguntar de qué santo se trataba y qué faltaba en sus manos cerradas como puños que contuvieran algo ausente, me explicaron que era un San Pedro y que lo que le faltaba eran las llaves.  Su imagen cobró entonces para mí un interés mayor que se cimentaba en lo simbólico y en lo personal, y que por otra parte lo engarzaba en el hilo conductual de mi trabajo en general. Respecto a esto último, gran parte de mi trabajo  tiene como eje una particular  visión del ser humano en la que el extravío  emerge como condición consustancial del mismo. Así, y ciñendo el relato bíblico a un mero ejercicio literario y de literalidad, un  San Pedro que ha perdido las llaves del cielo no solo escenifica el mayor de los extravíos posibles, sino que, privado de su destino y  de su propósito narrativo, el personaje deviene simbólicamente desorientado, lo que no hace más que redimensionar su humanidad.

Perder las llaves de la casa (y muchas otras cosas más) fue una constante para mí durante toda mi infancia pero también ocasionalmente en mis años de juventud.  Aunque ya no las extravío definitivamente, aún lo hago con frecuencia en mi taller o en mi casa.  Supongo que el ser un caso de libro de TDA (así me lo explicó la doctora hace aproximadamente 10 años cuando me sometí a las pruebas para determinar de dónde surgían mis lagunas) me ha llevado a reflexionar bastante sobre la idea de extravío que, como he apuntado antes, según bajo qué luz puede llegar a manifestarse como una condición humana ineludible.   Esto ha marcado mi visión de las cosas y sobre todo  de las personas.

En una sociedad global acelerada que pone a prueba nuestra alta capacidad adaptativa (signo distintivo del ser humano frente a otras especies) el presente se vuelve barro bajo nuestros pies.  Cabe pisar con paso rápido y constantemente para mantenerse a flote en el futuro inmediato.  La imagen remite también a algo bíblico:  Caminar sobre las aguas. O a esa otra tan acertada de una  sociedad líquida.

En apariencia, perder las llaves es, metafóricamente, perder el tren de los acontecimientos.  Si nos paramos a buscarlas  el tiempo transcurre implacablemente, y quizás, para cuando las hallemos, el cieno esté ya a la altura de nuestras caderas.

¿Pero es esto verdaderamente cierto? ¿No exige acaso el caminar sobre las aguas  una pisada incesante y liviana pero exenta de profundidad?  Hay poco espacio para la contemplación en la inercia de la productividad.

Hoy utilizamos vocablos como “reengancharse”, “reinventarse”…  Pertenecen al léxico propio de quien busca reincorporase a la inercia que el sistema productivo impone.  Pero… ¿reengancharse realmente a qué?  ¿Reinventarse para qué? ¿O quizás cabe frenar el paso, mirar a la cara a nuestro propio extravío y abrazarlo? ¿Dejar que nos vayamos hundiendo en el cieno hasta desaparecer para despertarnos de un mal sueño?  ¿Hay valor para ello?

En mi opinión, mientras el verbo empleado vaya precedido por el prefijo “re” habrá indicios no despreciables de que seguiremos dentro de la misma lógica productiva que condiciona la libertad de las personas devorando su tiempo íntimo.

Todo saber profundo requiere de pausa y contemplación. Todo descubrimiento implica el riesgo y la aceptación del fracaso. Desde la observación del universo hasta aquella  de la vida microscópica.   

Cabe hundirse en el cieno y no temer por ello.

Por eso, en el caso de este San Pedro, las llaves extraviadas  han sido sustituidas por un ramo de globos.  Porque los globos, por su particular ingravidez  parecen moverse en un tiempo distinto al nuestro actual, exento de toda urgencia. Y porque indefectiblemente, los globos, que remiten tanto a la infancia como, en el lenguaje del Nuevo Testamento a la idea de ascensión, tan lejana e imposible  para la mente racional, han de caer, siendo este factor lo que dota de sentido a la acción.

En el momento en que escribo estas líneas no he decidido si la estatua en cuestión será colocada dándole la espalda, proyectada hacia su horizonte, de modo que, de este nuevo Pedro mucho más terrenal, sólo reste un ademán,  siendo la expresión de su cara y los atributos de su figura, aspectos que podrían explicar su relación con los globos (¿es un vendedor adelantado a su tiempo? ¿Le sorprende su vuelo como a un niño?), elementos velados a imaginar por el espectador.  Un discreto y mundano acto de fe.

Lo que sí sé es que esta intervención se situará delante de lo que llamamos un fondo infinito, palabra ésta que también nos remite a algo difícil de abarcar por la mente humana pero que halla de nuevo una expresión reducida en el los 20 metros de papel fotográfico enrollados modo de escenario.

Idealmente se utilizará un croma, elemento que sugiere la posibilidad de fotografiar la figura situándola en distintos escenarios , de modo que no haya un solo lugar para este Pedro juguetón, sino que “viva”  a su vez en múltiples espacios, o lo que es lo mismo, en un no-espacio… aspecto ineludible del extravío.

Por último, mi intención es escapar (palabra contenida en el vocablo escaparate)   de hacer una puesta en escena estática:  los globos irán cayendo a medida que los días de cada semana vayan transcurriendo, pero este movimiento será difícilmente constatable por el espectador que se para brevemente ante el cristal de la tienda.

Como en la alusión al infinito y a la ascensión, ideas o fenómenos que se resisten a una comprensión palmaria, el tiempo de la única acción que tiene lugar también quedará vetado a la comprensión, en este caso sensorial.